De regreso...Especial y por partida doble
El título: "Mano" En japonés.
El título: "Mano" En japonés.
Te
Cuando creíamos que
teníamos todas las respuestas, de pronto, cambiaron todas las preguntas.
Mario Benedetti
Cierto
caballero desmemoriado fumaba su cigarrillo, en esta ocasión, como un hombre
común y corriente. Delicadamente lo extraía de la cajetilla, le daba golpecitos
contra el dorso de su mano, lo colocaba entre sus labios, ladeando la cabeza y
encendiéndolo, sintiendo ese calorcito que se extendía por la yema de los
dedos a las manos, los brazos y, a veces, hasta lo más profundo del corazón.
Era
ahí cuando sentía esa compañía.
Más
allá del ruido común de la ciudad, de su reloj en la pared, de ese maldito
grifo mal sellado que permite que el agua gotee incesantemente.
Más
allá de todo ello, era con ella con
quien deseaba, una vez más, ese mutuo encuentro.
Más
allá. Quería encontrarla más allá de la brasa en la punta del cigarrillo, del
escozor en la nariz, del cuello torcido y la mirada perdida.
Una
vez más, ella estaba ahí.
La
mujer de humo.
Al
gusto del consumidor. Presentada de la forma más agradable y susceptible.
Desdibujada, repentina, personalizada. Incluso podía ser masculina. Danzante
por toda la habitación. Escurridiza silenciosa. Trepadora por las repisas, por
las ventanas. Hermosamente traslúcida. Genuinamente efímera. Rápida o
lentamente, decisión de aquel que la exhalaba en el más superficial, ínfimo,
ridículo, rasposo o profundo de los suspiros.
Silenciosa
y grata compañía.
Él fue suyo. Como
siempre lo fue.
Ella fue suya como
nunca. Como nadie lo sería.
Por
eso adoraba a su mujer de humo. La más fiel, la compañía en estado puro. La más
conversadora, la más comprensiva, la más bella, la más inteligente, la más
simpática. La más adorada, al más puro estilo de Pigmaliòn y su amada Galatea,
que no fue tan amada como la Gala del mismísimo Dalí, con toda su locura y
devoción, entre manchas de pintura y su figura desnuda.
Su
compañera perfecta. Aparecía y desaparecía a placer cada vez que lo deseara. No
había necesidad de palabras bonitas, constantes detalles, una cita por semana.
Podía ser tan sutil o con tanto cuerpo con él lo deseara. Tan señorita,
inocente, libre, atrevida como tan caballero quisiese ser en esos diez minutos.
A su completo antojo.
Real
o no, resultaba irrelevante. Ella era
una de sus grandes necesidades.
Tan vital como los latidos de ese solitario
corazón, continuamente sediento.
¿Cómo cuestionas si hay cabida a lo imprescindible que resulta esta mujer?
¿Existía
algún parámetro digno de considerar?
¿De
qué manera desglosas hasta la más mínima expresión de tu mejor obra?
A
punto de consumirse aquel cigarrillo, una brasa cayó en el dorso de su mano derecha. Lo quemó, dejando una
pequeña marca. El
dolor intenso provocado por algo insignificante.
Lo
entendió.
¿Acaso
era la insoportable superficialidad del capricho?
Feliz no cumpleaños Rulas (:
Para esa mujer de humo: