Dónde incluso saludar es sinónimo de mutilar.
Dónde sólo puedes mirar pero jamás irrumpir.
Dónde siempre te quedarás con la impetuosa sensación de la perdición.
Miénteme.
¡¡¡Vamos!!!
Incontables veces.
¡¡¡Acaso no me has escuchado!!!
¡¡¡¿¿¿Qué acaso el privilegio de hablar me ha sido negado???!!!
Habla, sólo...
No Grites.
Sino nuestras bellezas de cristal sucumbirán.
Muertas en pedazos y astillas asesinas.
Nuestro utópico mundo es ahora una realidad. Cuando seas grande, en pasiva mancuena con otros chiquillos inquietos, todo esto te pertenecerá.
Madre, ¿por qué me es imposible gritar? ¿Por qué no puedo externar la euforia que me provoca el bello color de las naranjas o la inmensa alegría que me produce sentir el suave pasto bajo mis pies?
Debes entender que, para que todo lo que te he construido te sea otorgado, es necesario preservarlo. Ahora, supongo que preguntarás cómo harás, de esta luna a las que prosiguen, para obtenerlo.
No, madre. En realidad, me pregunto Por Qué esto debe ser preservado.
Esta es una ciudad de cristal.
Donde las propias voces son un claro rasguño de inutilidad.
Donde para ser escuchado, es necesario ser parte del otro.
Ser uno sólo, aunque provengas de 30 o 40 pedazos más.
Háblame.
Atrozmente.
Incontables veces.
Cómo si las respuestas que yacen en el silencio de mis prisiones fueran una ficta confessio.
Madre, contéstame, ¿Por Qué es tan necesario preservarlo?
La respuesta es sencilla, corazón: Porque de ahí has sido creada.
Pero, madre, yo tomé vida y, por ende, pasaje directo a la muerte, todo en tu vientre.
Así es.
No comprendo.
De no ser porque en esta esplendorosa ciudad Nadie se atreve a gritar, estos delgados fragmentos de cristal jamás te atravesarán.
Esta es una ciudad de cristal.
Donde los reflejos solo se dan en los pulidos cristales.
Donde la virtualidad es una exquisita muestra de ceguera.
Y cada delicado roce en ello, solo acarrea frío en la punta de los dedos.
Tócame.
Sentirás algo más allá de la helada superficie.
Incontables veces.
Bienvenida, te presento al Alma Máter de la neblina azulosa.
Madre, yo...
¡Oh, vamos, hermosa niña mía! ¡Tú qué has impregnado la blancura de la nieve en tus mejillas!¡Tú, que has sido concebida bajo las recitentes luces de las estrellas, siendo comidas por las nubes en el ébano nocturno! ¿Por Qué te acongojas tanto? ¿Por Qué te cuestionas acerca de tu útil y ya irreplicable destino? ¿Por Qué insistes, muñeca mía, en preguntar sobre cada oración que mis labios exhalan, que llega a tu alma y ésta solo protesta con desdicha y presunción?
Madre, por favor. ¿Por Qué es tan necesario que sea yo quien continúe vuestra Magna Obra?
Porque tus hábiles pensamientos, pequeña mía, son los mismos a los que han permitido que el sueño continúe hasta este último segundo compartido.
Donde la intoxicante fragancia de la nada es de la prelidección general.
Donde idear es sinónimo de alteración a la normalidad.
Donde sobrevivir es el némesis de la intelectualidad.
¡Te lo advertí incontables veces, mi pequeña! ¡No pienses! ¡No sientas! ¡Limítate a vivir conforme nosotros lo hemos decidido para tí!
¡¡¡Madre, una existencia así es vegetativa!!!.
¿Qué has dicho?...
Que una existencia así es sinónimo de echar por la borda toda una vida...
De acuerdo. Ahora, tu propia raciocinio atraerá tus propios cuervos, tus propios verdugos.
Esta es una ciudad de cristal.
Donde ha llegado el fin de una era atascada de calidad peyorativa.
Donde las voces resuenan en el oído de los edificios.
Y donde los ecos trazan grietas entre la arcaica soberanía de la estupidez.
Rétame.
Déjame saborear el salado fruto del esfuerzo.
Incontables veces.
La hora de la revancha ha comenzado.
Madre, me marcho.

Las cristalinas mariposas han decidido emprender su sureña aventura.
El Génesis tan anhelado.
Sin embargo, deberán aprender a lavar sus calcetines a mano.